Dos grandes del jazz se unen en la escena nuevamente para propiciar no solo una unión musical de muta admiración sino para adentrarnos en la faceta compositiva de uno de ellos. Y es que el pianista malagueño Jose Carra vuelve con sus creaciones que propician tanto el acercamiento a su más bello descriptivismo como el acercamiento a sus vivencias más íntimas, tal vez en claro preludio del deseado próximo disco junto a la Orquesta Filarmónica de Málaga (OFM) y que contiene gran parte de los temas que hoy degustaremos. Es por lo que 97% y Alba, las dos primeras propuestas que pertenecen a su disco Diario de vuelo de 2018, donde nos adentramos en algunos de sus miedos personales como es el caso de tomar un avión, se circunscribe en el ámbito de su trilogía en torno a proyectos anteriores como El camino y Verso. Por tanto, y tras los acordes sostenidos del primero, como si el contorno exploratorio quisiese medir las dimensiones del problema desde un portentoso colorido de visualizaciones aéreas, aparece la franqueza del nombre femenino que se otorga a la primera luz de la mañana, antes incluso de la salida del sol, y que brota con energía contenida, como preludio de todo lo que vendrá, dejando el vibrante final, donde la natural repetición que el ser humano busca llega a su sugestivo paroxismo.
Por otro lado, Tránsito nos transmite la más pura y natural intimidad desde sus primeras notas desde el piano al desnudo. Se trata del sexto tema dentro del disco Santuario, el cual nació de los momentos de mayor incertidumbre frente a la pandemia del COVID-19, y que, como nos indica su autor, «muestra la naturaleza del piano en el sentido más literal de la palabra». En la senda de esta composición, «refleja la nueva realidad que nos ha dibujado el distanciamiento social; como si fueran dos personas, dos melodías están separadas por una nota repetida sin poder llegar a juntarse», en clara remembranza con aquellos momentos de zozobra. Y efectivamente hay un hilo de falsa esperanza en los diseños melódicos que plantea, dentro de ese clima de profunda reflexión, y que la acompañó de la idea de aislarse en distintas localizaciones: desde una nave industrial abandonada hasta el refugio de su hogar, pasando por este caso que nos congrega al situarse en un local comercial. «Grabar en la tienda fue increíble porque estaba rodeado de unos cuarenta pianos que resonaban por simpatía con las notas que tocaba», comenta Carra. Una experiencia insólita, en definitiva, pero que le permitió experimentar sensaciones muy edificantes, donde «cada vez que terminaba una pieza aún pasaban segundos hasta que el sonido de todo ese bosque de pianos se apagaba. También se oyen crujidos de la madera de los pianos».
Seguidamente, Autumn Tales aterriza para congraciarse con la fuerte confraternización junto a la improvisación que encierra el alma musical de su autor. Un tema de 2010 que persiguió, bajo su formato de trío instrumental y desde el origen de un ejercicio de composición junto a sus alumnos, acercarse a la libertad muchas veces anhelada, desembocando en Aurora, como vuelta a otro tema integrante de Diario de vuelo, potenciando una rítmica imantada a nuestros oídos y próxima a esa deseada visión catártica de la música.
Decía Quevedo que «el agradecimiento es la parte principal de un hombre de bien», pensamiento muy vinculado al conocido refrán español, y que sintetiza con claridad el origen de Maestro gurú Arturo Serra. Y es que tras las enseñanzas recibidas, durante más de quince años, por el ahora profesor de la OFM de origen valenciano, propicia un estadio mucho mayor de la relación entre profesor y alumno, ya que Carra lo considera su mejor amigo. «Es una persona que ama a la música por encima de todo, y con una generosidad tan pura que le ha llevado a compartir toda su sabiduría con muchísimos músicos. Aún sigo sus consejos, escucho la música que me recomienda y aprendo cada día», confiesa con total sinceridad nuestro autor. Ciertamente, y prosigue, se trata de «una balada que salió casi improvisada, pensando en hacer un tema que le gustara tocar», y que, en estos momentos, es su última composición instrumental y que ofrece a su eterno maestro Arturo Serra.
Con 40.000 años, entramos en la última parte de la velada y que está centrada en los trabajos compositivos y discográficos vinculados al disco Satélite de 2022 del maestro Carra. Una serie de trabajos que fueron pospuestos por la mencionada pandemia y que además, si bien siguen un orden establecido, podrían reestructurarse al completo, viendo la luz bajo el interés de determinados planteamientos astrofísicos y en conexión con el siguiente pensamiento de su autor: «Nuestra luna se originó como resultado de una gran colisión. Un cuerpo celeste de tamaño similar a Marte impactó contra la Tierra lanzando material alrededor de esta. Este material se fue fusionando hasta que dio origen a la Luna. De la misma forma, me gusta pensar que todas estas canciones que orbitan a mi alrededor, alguna vez, hace millones de años, ya formaban parte de mí». Pero centrándonos en esta partitura que, aunque se posiciona como el último tema del disco posee la cualidad intrínseca del todo, como nos indica nuestro creador malagueño: «El disco es un bucle, todos los temas están conectados y el hecho de que el último tema continúe con el primero hace que no haya primer tema». Indudablemente, hay bastantes de las ideas seductoras e inspiradoras del libro Gödel, Escher, Bach: un Eterno y Grácil Bucle, premio Pulitzer de 1979, concedido al profesor, filósofo y científico Douglas R. Hofstadter, el cual se liga a sus visiones sobre los tres autores citados, a través de uso de retruécanos estructurales, ambigramas y otros artificios compatibles con sus propuestas doctrinales. Dedicado al contrabajista Bori Albero, miembro del trío que verdaderamente dio origen a este proyecto, sumándose Enrique Oliver y Luis Regidor, la inspiración proviene, en este caso concreto, de su atracción infantil por la velocidad de la luz como fenómeno físico, y de cómo somos capaces de ver estrellas que ya no existen. «Siempre estamos viendo el pasado, a diferentes escalas, dependiendo de la distancia espacial. Si la sonda Voyager viaja hacia el espacio exterior y tardará unos 40.000 años en llegar a la estrella más cercana. Cuando llegue allí, si tuvieran tecnología para construir un mega telescopio, nos verían tal y como estamos ahora mismo. Nuestro presente, su pasado» comenta su autor en los créditos del álbum discográfico, para sentenciar que «el futuro no existe», conectándose así con muchas teorías de diversa índole del pensamiento que lo confirman. En suma, una pieza musical con una construcción melódica muy recurrente y ampliamente conectada, como se ha señalado anteriormente, con la esencia del resto, como por ejemplo el conocido Amado K, donde los diseños repetidos ayudan a subrayar la visión mental poliédrica del conjunto.
Finalmente, llegamos a Satélite, lo que supone sumergirnos sonoramente en el verdadero germen del proyecto discográfico, otorgándole su nombre a este conjunto. Y es que, ciertamente, el inicio de este tema nos traslada de inmediato, cual hálito descriptivo, al nacimiento fulgurante de este cuerpo celeste. Pero lo más llamativo de todo, y dentro de esa búsqueda poética por parte del autor, es que este cavila sobre cómo discurre el sistema orbital, centrándose en las teorías del matemático y astrónomo italiano Giuseppe Lodovico Lagrangia (1736 – 1813), o Joseph-Louis Lagrange si acudimos a los orígenes franceses por parte de su familia, en torno a su ensayo de 1772 para resolver el Problema de los tres cuerpos, y de cómo se sitúan los denominados puntos de libración o puntos L, también conocidos como puntos de Lagrange, dentro del referido sistema. Con todo, y sabiendo que el genio de Turín, basándose en los modelos del matemático suizo Leonhard Paul Euler (1707 – 1783) y en las teorías clásicas de la mecánica newtoniana, consiguió dar respuestas a presupuestos tan interesantes como, por ejemplo, determinar cómo los satélites artificiales, tan necesarios en nuestro día a día, son capaces de mantenerse orbitando con respecto a nuestro planeta y la Luna. Sin embargo, todas esas reflexiones del maestro Carra, se tenían que transponer al caso musical, y es donde, planteó una secuencia de acordes de tres notas, con una nota pedal o estacionaria, y que momentáneamente sirve de enlace entre estos, para, curiosamente, retornar a un re menor, dentro de su configuración de cuatro frases con los determinantes ocho compases. Pero además, el compositor malagueño imagina y describe pictóricamente en los créditos del disco cómo resultaría la traslación de los puntos L a la disposición e interacción del quinteto hermanado para este proyecto, resultando además este pensamiento: «Somos cinco, como las puntas de una estrella, como los puntos de Lagrange, como las letras de la palabra somos».
© Fernando M. Anaya-Gámez
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