La obertura de la ópera Ruslan y Liudmila de Glinka es todo un portento de energía “rossiniana”, ejemplo de combinación única de exuberancia musical y sentimiento heroico. Prescinde de la habitual introducción de peso, estallando con un asertivo tema para los metales, los vientos y los timbales conectados por la cuerda que funciona como sustento armónico. Esta primera idea bulliciosa da lugar a un pasaje más lírico cantado por los violonchelos antes de ser retomado por los violines. Su desarrollo es seguido por una coda que la conduce a una conclusión entusiasta.

El Op. 20 de Alexander Scriabin, compuesto con sólo veinticuatro años, fue su único concierto para piano, en el que utiliza esencialmente el lenguaje establecido por Chopin con la orquesta asumiendo un papel mucho más relevante. Scriabin completó el concierto en sólo unos días durante el otoño de 1896, pero no terminó la orquestación hasta mayo del siguiente año, teniendo lugar su estreno el 23 de octubre de 1897 en Odessa con el compositor al teclado y Vasili Safónov en el pódium. Se puede calificar como una composición de elevado refinamiento e introspección, con un trazo muy bien hilado en el piano, en el que se consagran sentimientos fundamentalmente internos muy personales e íntimos. El Allegro contiene estados de ánimo contrastantes con momentos de tensión, cuyo desarrollo termina, sin una recapitulación, con un decaído discurso. El movimiento intermedio es un Andante poético seguido por cuatro breves variaciones que, aunque en modo mayor, expresan un sentimiento nostálgico. En la cuarta variación se vuelve al tema principal invertido en la orquesta mientras que el pianista tiene un virtuosístico solo, que incluye una cadencia lenta antes de la coda. El Allegro moderato final tiene forma de sonata-rondó, siendo más intensamente expresivo que los otros movimientos. Su tema principal presenta un arpegio altísimo que vuela hasta el extremo superior del teclado, aunque el que permanece en la memoria es el argumento del motivo lírico secundario. El movimiento termina con una coda extendida que representa una culminación extática y emocional en la orquesta.

Prokófiev y el célebre director de cine Sergei Eisenstein (1898-1948) lograron sobrevivir a las purgas que diezmaron la vida intelectual rusa bajo Stalin. Juntos hicieron dos películas de importancia histórica: Alexander Nevsky en 1938 e Iván el Terrible años después. El empeoramiento de las relaciones entre la Alemania nazi y la URSS llevó a que Stalin patrocinara una película sobre Alexander Nevsky, un príncipe de Novgorod del siglo XIII, que derrotó a los invasores suecos en 1240 en el río Neva y dos años más tarde a una horda de caballeros teutónicos en el lago Peipus, situado en una región fronteriza con Estonia. Eisenstein se ofreció a dirigir y convenció a Prokófiev para que musicalizara la película. Irónicamente, debido a que Stalin y Hitler firmaron un tratado de no agresión, el film se estrenó sólo en la Unión Soviética. Después del ataque de Hitler a la URSS fue rescatado el film como elemento de propaganda, convirtiéndolo entonces Prokófiev en su Op.78; una cantata dramática con textos de él mismo y del poeta Vladimir Lugovskoy en ruso y latín. El autor dirigió su estreno en Moscú el 17 de mayo de 1939 con la mezzosoprano Valentina Gagrina y el Coro y Orquesta Filarmónica de la capital rusa. El éxito de Prokófiev al combinar su genio creativo con su fervor patriótico y la satisfacción de trabajar con Eisenstein se ve reflejado en sus declaraciones: “Obtuve un enorme placer con mi trabajo en la música de Alexander Nevsky por lo fascinante del tema, la riqueza de las imágenes, el gran arte de Eisenstein y la colaboración creadora de toda la compañía que intervino en el rodaje de la película, factores que me supusieron un estimulo extraordinario”.