Causa extrañeza que en los tiempos actuales siga sin resonar con amplitud el nombre del compositor Vicente Martín y Soler, y que la sombra siga acaparando a su persona. Injustamente ubicado en el olvido tras su espectacular cosmopolitismo y su fulgurante trayectoria profesional de creador, especialmente de óperas y ballets, se hace justicia con este programa que rememora su éxito en Viena, llegando a estar en los oídos del emperador José II y del salzburgués Wolfgang Amadeus Mozart. Ciertamente, el primero, se plegó al italianismo reinante tras su proyecto extinto del Nationalsingspiel, y aunque el segundo, encajó a la perfección en ese puzle del monarca —El rapto en el serrallo sería claro ejemplo de ello—, finalmente el K.K. Theater an der Burg o Burgtheater (el teatro imperial de la corte) también acogió a Martini il Valenziano y su ópera Una cosa rara de 1786, bajo el libreto de su gran amigo Lorenzo da Ponte. Si bien, la conocida cita musical en el Don Giovanni mozartiano, entre otras posibles, dio aún más realce histórico al compositor español, sería interesante estudiar los círculos de sociabilidad del autor de Valencia para así determinar aspectos más profundos, más allá de los meramente musicales. Indudablemente, la Obertura nos encandila por su conjunción de distintas intensidades en combinación con un recurrente y pegadizo tema musical, demarcándose claramente la fanfarria final que se enlaza con la propia escena posterior. Con una reposición superior a las cincuenta veces, y tras el siguiente éxito en su título L’arbore di Diana, finalmente acudió a la llamada de Catalina II de Rusia, para seguir en su periplo posterior tras el contexto favorecedor de su etapa vienesa. En esta audición, el compositor y oboísta Johann Nepomuk Wendt ideó su versión para Harmonie (conjunto de vientos), como igualmente hizo con óperas del genio de Salzburgo, dando cuentas, igualmente, de la fama reseñada de lo Spagnolo.

Años atrás, en lo que sería el comienzo de los ochenta del siglo XVIII, se puede colegir que fueron cruciales para dos de los protagonistas reseñados al comienzo y que están vinculados, directa e indirectamente, a la segunda pieza programada. De un lado, su autor, el joven Mozart, acercándose a los ansiados momentos de libertad en su vida, en el sentido amplio de la palabra; de otro, su monarca, José II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, el cual obtuvo plenos poderes a la muerte de su madre María Teresa I de Austria. Ambos, también compartieron ideas sociales y filosóficas muy cercanas, como se indicó con anterioridad, donde el gobernante sería protagonista de amplias reformas ilustradas, alejándose del maternal, y el músico daría forma concreta a su acercamiento a los círculos intelectuales desde su niñez, mediante su adscripción posterior a la masonería; curiosamente, una hermandad que influyó en sendos personajes, dejando una marcada huella de actuación de sus respectivos desempeños. Recuérdese que en el caso de José, su padre e igualmente emperador Francisco I, estuvo afiliado a la institución masónica, y su madre María Teresa, si bien se mostró recelosa de la misma en los primeros momentos de su gobierno no solo por sus fuertes convicciones religiosas sino porque su gran oponente, Federico II de Prusia, también lo era, pero con el tiempo llegó a contar entre sus asesores de gobierno a miembros de la francmasonería —siete de los veinticuatro más destacados y cercanos participaron de la hermandad—. En este sentido y siguiendo al profesor Alvarado, la mano de Wenzel Anton von Kaunitz-Rietberg, importante consejero de la archiduquesa, se convertiría en el más destacado personaje tras las importantes reformas que el nuevo emperador, desde el 29 de noviembre de 1780, comenzaría a implementar en sus territorios, llegando a postularse el denominado josefismo, gracias a la Patente de Tolerancia de 1781. Y aunque José II ejerció cierto control sobre la masonería, sin llegar a estar entre su membresía, permitió que destacados personajes de sus dominios, como nuestro autor musical, pudiesen participar de la misma sin problema alguno hasta los últimos tiempos de su gobierno. Ante la circunstancia sobrevenida de obtener patente plenipotenciaria por parte nuevo emperador, el canciller de la corte y patrón de los Mozart, Hieronymus von Colloredo, príncipe-arzobispo de Salzburgo, tuvo que dejar sus posesiones provinciales para acudir a Viena en enero de 1781 ante la instauración del reciente gobierno. Por ello, Wolfgang, en comisión de servicio en Múnich, no necesitó de la renovación de su permiso y recibe la visita de su padre y su hermana, los cuales se ven temporalmente liberados de sus obligaciones. Igualmente, vivirá momentos muy felices no solo por estar en compañía de sus seres queridos sino porque además pudo saborear el éxito de su primera ópera a edad adulta, Idomeneo, rey de Creta. Momentos de ilusoria autonomía que el músico quiso prolongar de por vida, oficializando la ruptura con su patrón ante la orden de presentarse en su residencia vienesa. Precisamente, y siguiendo a los musicólogos Jean y Brigitte Massin, se debe considerar su Serenata nº 10 para viento, en si bemol mayor, «Gran Partita» K. 361/370a como una pieza de transición hacia la ansiada libertad, exhibiendo un enorme poderío para este conjunto de vientos, siendo metáfora sonora de lo que tendría que suceder a lo largo de ese año. Concebida entre Múnich y Viena, representa además la aparición de uno de los instrumentos predilectos de Mozart: el corno di bassetto. Pero como la lógica señala, los intérpretes dan vida a este novedoso efecto musical, y es por lo que la aparición de los hermanos Stadler haría el resto, no solo en la concepción e investigación constructiva sobre la familia de viento sino para ser el elemento motivador de emblemáticas obras musicales para Anton, su futuro hermano de logia. En este particular, el estreno parcial de la pieza que escuchamos se realizó, al parecer, en 1784, si seguimos los indicios aportados por la famosa cita en alabanza al clarinetista que recogió el dramaturgo y crítico Johann Friedrich Schink en su Musikalische Akademie von Stadler dentro de la obra Literarische Fragmente (volumen segundo) de 1785. Con todo, la partitura, participante en ese halo de misterio que envuelve este programa, ya nos seduce por su majestuoso Largo inicial que pronto contrastará con el Allegro molto, en construcción de forma sonata, y que evidencia sonoramente la importancia de los clarinetes. En el segundo tiempo nos acercamos a la templanza, y cierto aire de marcialidad, del primer Menuetto con sus correspondientes tríos, y que desembocarán en el conocido Adagio de tintes operísticos, de apasionantes introducciones instrumentales y de un cohesionado armazón acompañante de la distribución melódica sabiamente equilibrada. Junto al segundo Menuetto y sus tríos, de aroma galante, la senda resuelve con direccionalidad hacia otro tiempo evocador de momentos reflexivos y meditativos: el Romanze de tripartita evolución agógica. En último término, los clarinetes junto a los fagots (o fagotes) inician el Tema con variaciones y que prologarán la diversidad formal de sus seis variantes hacia el extraordinario Finale de vertiginosa velocidad rítmica, y que evoca la Sonata K.19d, completando esta «Gran Partita», etiqueta que, por cierto, parece no haber sido provista por su autor.

© Fernando M. Anaya-Gámez