Ficha de evento
50 Aniversario del primer concierto del maestro Octav Calleya en Málaga
Director:
Octav Calleya
Programa
CARL MARIA VON WEBER
‘Euryanthe’ (Obertura)
FRÉDÉRIC CHOPIN
Concierto para piano nº 1 en mi menor, op. 11
LUDWIG VAN BEETHOVEN
Sinfonía nº 5 en do menor, op. 67
Piano: Juan Ignacio Fernández
Entrada libre hasta completar aforo
Colabora:
Resultaría imposible contar la historia musical de Málaga en el último medio siglo sin la figura del director rumano Octav Calleya (Chisinau, 1942), impulsor fundamental en términos artísticos y didácticos de la actividad generada en la ciudad en torno a esta disciplina. Catedrático de Dirección de Orquesta, director titular de la Orquesta Sinfónica de Málaga (hoy Sinfónica Provincial) y primer director titular de Orquesta Ciudad de Málaga (hoy Filarmónica), Calleya ha desarrollado un trabajo incansable y fructífero en pro de la educación musical de Málaga en términos cada vez más amplios: llegó en 1973, cuando todo en lo relativo a la música clásica estaba por hacer, con el objetivo de situar esta expresión artística como elemento imprescindible en la identidad cultural de la ciudad, propósito que, en gran medida, puede darse por cumplido. Fue en el Conservatorio Superior de Málaga donde, el 23 de enero de 1973, Calleya ofreció su primera actuación en Málaga como director invitado de la Orquesta Sinfónica; y, ahora, es la Orquesta Filarmónica de Málaga la que conmemora el 50 aniversario de aquel hito, en el mismo lugar y con exactamente el mismo programa que dirigió Calleya en aquella ocasión, de nuevo con el maestro en la tarima: la Obertura de la ópera ‘Euryanthe’ de Weber, el ‘Concierto para piano nº 1 en mi menor’ de Chopin y la ‘Sinfonía nº 5 en do menor’ de Beethoven.
Después de terminar sus estudios musicales en Bucarest, Octav Calleya ingresó en la Academia de Viena. Allí conoció a Sergiu Celidibache, a quien siempre se refirió Calleya como su gran maestro y quien se lo llevó con él a Alemania durante otros cuatro años para su formación en la batuta. A su vez, Celidibache recomendó a Calleya al maestro Franco Ferrara, con quien siguió estudiando dirección de orquesta en Italia. En total, la formación de Calleya como director de orquesta se prolongó durante catorce años. Cuando fue invitado por el entonces secretario del Conservatorio Superior de Málaga, Manuel del Campo, como director invitado para el concierto de aquel 23 de enero de 1973, Calleya residía en Alemania, donde desarrollaba varios proyectos y trabajaba para labrar su futuro como director, aunque aún sin titularidad. Fue en 1974 cuando la entonces Orquesta Ciudad de Valladolid le ofreció su primera titularidad, y poco después hizo lo propio la Orquesta Sinfónica de Málaga: Calleya compaginó ambas titularidades hasta que se convocó en Málaga la primera Cátedra de Dirección de Orquesta. Calleya opositó, obtuvo su plaza y encontró así en Málaga una ocasión idónea para desarrollar sus dos grandes pasiones musicales: la dirección orquestal y la didáctica. En lo relativo a la formación, Calleya ostentó su cátedra durante 29 años hasta su jubilación, por lo que ha contado entre sus alumnos a distintas generaciones de maestros hoy consolidados; en cuanto a la dirección, trabajó como titular de la Orquesta Sinfónica de Málaga durante una década, en la que la logró hitos como la integral de las Sinfonías de Beethoven interpretada a modo de ciclo en la Cueva de Nerja a finales de los años 80.
Pero el vínculo que mantenía unidos a Octav Calleya y Málaga terminó de consolidarse en 1991 con su nombramiento como director titular de la recién nacida Orquesta Ciudad de Málaga, hoy Filarmónica de Málaga. Bajo su dirección ofreció la orquesta su concierto inaugural el 14 de febrero de 1991 en el Teatro Cervantes y continuó un ambicioso programa sinfónico con un interés esencial: la creación de un público amplio, diverso y fiel para la música clásica no sólo en la capital malagueña, sino en toda su extensión metropolitana. Fueron, tal y como recuerda el maestro, momentos difíciles y de incertidumbre ante la magnitud del reto asumido, pero lo cierto es que durante el periodo de la dirección artística de Octav Calleya quedó demostrado que la Orquesta Filarmónica de Málaga era un proyecto determinante para la vida cultural de la ciudad y sin vuelta atrás. Cuando, en 1995, Odón Alonso tomó el relevo de Octav Calleya en la dirección titular, la Filarmónica era ya una orquesta consolidada, con ambición internacional y en la primera liga de las formaciones sinfónicas españolas. Tras los años de su titularidad, Calleya ha vuelto a dirigir a la Filarmónica con frecuencia como batuta invitada. La última vez fue en el concierto al aire libre celebrado en el verano de 2022 en la plaza de la iglesia de la Victoria de la capital malagueña. Al mismo tiempo, la orquesta ha tenido en Calleya siempre un defensor proverbial y un aliado de primer orden para el desarrollo de sus actividades. Pero también la sociedad malagueña ha celebrado siempre a Octav Calleya como una suerte de director emérito de su orquesta: “Recuerdo que una vez se me acercó un taxista al coche, bajó la ventanilla y me preguntó cómo iba la orquesta. Entonces, lo di todo por bueno”, explica el propio maestro al respecto.
En cuanto al programa, Carl Maria von Weber (1786-1826) compuso su ópera ‘Euryanthe’ durante su etapa como director musical en Dresde y la estrenó en Viena en 1823. Se trata de una “gran ópera heroico-romántica”, definida así por su compositor, que por su duración desmedida (más de cuatro horas), su inspiración en la épica medieval y sus elementos fantásticos fue recibida de manera, cuanto menos, discreta (en no pocos ámbitos fue objeto de burla) por la sociedad alemana de su tiempo; pero Weber demostró haberse adelantado a su tiempo cuando, apenas veinte años después. Wagner revolucionó para siempre el mundo de la ópera atendiendo exactamente a los mismos mimbres en busca de una épica germánica de dimensiones colosales.
Weber elaboró la obertura de ‘Euryanthe’ a partir de diverso material temático que se repite más tarde en la ópera. Muchos de los motivos se asocian con personajes o situaciones específicas, una técnica que, como recuerda John Mangum, también Wagner desarrollaría más tarde en sus propias óperas. La vigorosa sección de apertura contiene dos temas, ambos asociados con el héroe. La espeluznante sección central de la obertura está dominada por las cuerdas, que tocan una música escalofriante y descarnada asociada con el fantasma de la hermana muerta del héroe. La música aumenta en intensidad antes de que el mismo tema con el que comenzó la obertura conduzca a su conclusión.
Compuesto en 1830 para una orquestación de 2 flautas, 2 oboes, 2 clarinetes, 2 fagotes, 4 trompas, 2 trompetas, trombón, timbales, cuerdas y solo piano, el ‘Concierto para piano nº 1 en mi menor, op. 11’ de Frédéric Chopin (1810-1849) se corresponde con un periodo de especial vitalismo del autor, en el que compuso dos conciertos similares con apenas unos meses de diferencia y en el que, a cuenta de la admiración de su público y de su figura enfermiza y distante, se le conocía como el príncipe de los salones de Varsovia. Para entonces, el compositor ya empezaba a ser reclamado con regularidad en Viena, lo que tuvo una influencia no menos decisiva en su obra. Lo más importante, en todo caso, es que es justo en torno a 1830 cuando Chopin empieza a articular su particular e intransferible estética romántica, cuyo testimonio más elocuente es tal vez el segundo movimiento de este ‘Concierto nº 1 en mi menor’.
Chopin abre su concierto con una larga introducción orquestal que presenta, de forma esquemática, las principales ideas temáticas del movimiento. Si bien advertimos aquí aún ciertas convenciones de su tiempo, desde el momento en que el piano reitera el tema de la apertura todo adquiere un cariz distinto, con las frases líquidas, las ‘rouladas’ y arabescos que definirán para siempre al Chopin compositor de piano solista. El movimiento lento y extático, con sus violines apagados y la parte de fagot llamativo, es, en palabras del propio compositor, “de un carácter romántico, tranquilo y melancólico. Tiene la intención de transmitir la impresión que uno recibe cuando la mirada se posa en un paisaje amado que evoca en el alma hermosos recuerdos. Por ejemplo, en una fina noche de primavera iluminada por la luna”. Tras el reconocible recorrido melódico de los dos primeros movimientos, el final confirma de manera inolvidable el aprovechamiento apurado de las posibilidades técnicas y expresivas del instrumento.
Poco cabe añadir a estas alturas sobre la ‘Sinfonía nº 5 en do menor, op. 67, de Ludwig van Beethoven (1770-1827)’. Fue en parte compuesta en la misma época que la cuarta sinfonía, entre 1804 y 1808. Una vez terminada la tercera, Beethoven empezó a trabajar en la quinta, pero abandonó la tarea en el verano de 1806 para dedicarse a la cuarta. No volvió al trabajo hasta 1807 para terminarla, finalmente, en la primera del año siguiente. La ‘Sinfonía nº 5’ se estrenó el 22 de diciembre de 1808 en el teatro vienés An der Wien bajo la dirección del propio Beethoven, quien dedicó la obra a sus mecenas, el príncipe Lobkowitz y el conde Razumovsky.
Concebida para el mayor despliegue orquestal nunca consagrado a una sinfonía, la partitura recibe también el título de ‘Sinfonía del Destino’ por el motivo inicial del primer movimiento, una sencilla estructura que logra crear un gran efecto dramático, uno de los más logrados en la historia de la música. Con un ritmo bien reconocible en la producción del compositor, la cuerda toma este motivo elaborándolo de modo imitativo, con lo que se convierte en el primer tema de la sinfonía. A partir de un motivo tan simple, el compositor levanta el gigantesco edificio que constituye la totalidad de la obra.
Una brillante llamada de las trompas desde el motivo inicial introduce el segundo tema, de tipo melódico y distendido. Después de la repetición de la exposición, empieza el desarrollo, siguiendo la forma sonata con formas contrapuntísticas harto eficaces. En la revisión del tema principal destaca un breve recitativo del oboe, mientras que el epílogo, mediante una densa repetición del motivo principal, conduce a la coda. El segundo movimiento, ‘andante con moto’, contiene dos temas que se van alternando. El primer tema, de carácter ‘cantabile’, es melodioso y elegante, mientras que el segundo, presentado por violas y violoncelos, es de tipo marcial y aparece presentado por los clarinetes y fagots. En las sucesivas repeticiones el primer tema va cambiando, en forma de cuatro variaciones, de las cuales la última termina en un espectacular ‘tutti’.
El tercer movimiento, ‘allegro’, que corresponde al ‘scherzo’, está compuesto por dos elementos igualmente dialogantes. La parte central, en correspondencia con el trío, es un ‘fugato’ construido de nuevo con los dos elementos y concluido con un poderoso ‘crescendo’ que conecta sin pausa con el cuarto movimiento. Éste arranca con una exultante fanfarria, que enlaza con un segundo igualmente brillante. En el desarrollo se elabora especialmente el segundo tema y aparece un nuevo tema, presentado por los trombones. El epílogo iniciado por el oboe conduce a la coda con un virtuoso ‘stretto’ hasta el final de la obra.
Pablo Bujalance